Crítica de Atlantique
Las historias silenciadas
Por Erick Estrada
Cinegarage
Los encuadres de Atlantique parecen discretos. Pero cuando los minutos pasan y entramos más a este laberinto de géneros revelan una ambición tácita, casi escondida. No es para menos. Al parecer lo que Mati Diop busca en este su primer largometraje no es solamente extender el discurso lanzado en el corto en el que se encuentra el origen de esta película. También quiere dar espacio y tiempo para que la reflexión esponje y su anécdota en apariencia minúscula no se aloje únicamente en la historia de amor imposible. Probablemente sólo quiera que la palabra imposible sea algo más presente en su narración.
En la sucesión que el montaje hace de esos encuadres descubrimos primero a Souleiman, un obrero de la construcción atrapado en el desierto de Dakar y a quien en su presentación podríamos comparar con los trabajadores que Mano de obra (México, 2019) plasma frente a nosotros: casi esclavos, hombres que construyen palacetes que jamás podrán habitar. Él está enamorado de Ada y la película los presenta entre biombos visuales, resueltos a permanecer juntos pero impedidos para hacerlo por algo que no termina de dar la cara. Ese algo es en realidad un alguien, Omar, tenebroso hombre de negocios que ha logrado conectarse con la Europa del “bienestar capitalista” y que por lo tanto luce ante la familia de Ada como el único prometido posible. En la desesperación combinada de su situación económica (no le han pagado en meses) y la de no poder estar con la mujer que ama, esa misma Europa llama a Souleiman y a bordo de una patera se lanza más allá de los encuadres de Diop (es una acción fuera de cuadro) en busca de una mejor vida acompañado de sus compañeros de desgracia.
Al eliminar físicamente a uno de los vértices de lo que parecía ser un triángulo amoroso Diop revela a esa primaria figura geométrica como algo más complejo y que estaba oculto a simple vista. Se da primero la oportunidad de inaugurar ese laberinto de géneros y da sentido a la ambición de sus encuadres. El triángulo es más bien un dodecaedro, sus personajes se vuelven representaciones llenas de simbolismo y la historia se abre vertientes que engrosan los ya de por sí claros mensajes.
Atlantique comienza a hipnotizar nuestra lógica con entradas al thriller dramático: un policía trata de averiguar si Souleiman, que sabemos está lejos en el mar, es culpable de un par de incendios en la casa de Omar; a las historias de fantasmas; al drama social que a veces se empata con los ideales más combativos de Ken Loach; y con ello a todo lo que se ha vuelto imposible en un sistema como en el que vivimos, incluyendo el amor verdadero.
Atlantique es una inundación de significados expuestos con sutileza.
Mientras el mencionado laberinto se abre, el mar que es todo lo contrario al desierto que habitan los personajes, se ha colado ya en el montaje y con ello da significado a lo fantasmal de la película igual que a lo dramático: es el vehículo que en el que Souleiman busca alcanzar el bienestar que se le ha negado, pero es también uno de los máximos símbolos de la muerte; la abundancia oculta bajo su superficie.
Al separarlo así de Ada Diop lo transforma en todos los migrantes y ella queda convertida en millones de mujeres obligadas a reproducir un sistema que busca todo menos su satisfacción, un esquema sexista e inhumano del que no puede ver la salida (esa secuencia en la que se “confirma” su virginidad y se le declara “apta” para el matrimonio).
En su tono de tonos Diop hace embonar las piezas del dodecaedro e introduce el desconcierto de lo sobrenatural que viene (desde el mar, claro) a cuestionar el estado de las cosas, la explotación y el machismo, la migración y las vidas que se cobra.
Eso le permite contar las historias de las pateras sin mostrar a las pateras, las historias de las mujeres oprimidas sin abusar de la descripción gráfica de esa opresión, las historias de explotación sin encender la antorcha destructora. Todo con este bonito juego de verdades a medias o de mentiras muy directas, de mezcla de géneros que deja todo claro: en el estado actual de las cosas todos somos fantasmas. Los que se van son fantasmas montados en el mar y sus significados. Los que no vuelven son fantasmas. Los que se quedan son fantasmas de sí mismos.
Diop hace Atlantique (el largo) para dejar que esos fantasmas cuenten las historias que se busca silenciar desde la explotación, el machismo y la imposibilidad de todo, incluyendo el amor.
No es raro que la película haya salido de Cannes 2019 con el Gran Premio del Jurado.
CONOCE MÁS. Esta es la crítica de Erick Estrada a Parásitos, película de Bong Joon-ho.
Atlantique
(Francia-Senegal-Bélgica, 2019)
Dirige: Mati Diop
Actúan: Mame Bineta Sane, Traore, Babacar Sylla, Amadou Mbow
Guión: Mati Diop, Olivier Demangel
Fotografía: Claire Mathon
Duración: 106 minutos.