Crítica de Halloween 2018.
Halloween
La jaula y la trampa
Por Erick Estrada
Cinegarage
Michael Myers es confrontado en el hospital psiquiátrico. Dos investigadores traen con ellos un micrófono en el que pretenden registrar la narración de Myers sobre lo ocurrido hace 40 años, sobre los asesinatos que ejecutó y que lo han hecho pasar a la historia como “el asesino de niñeras”.
Nada.
Myers parece mover el aire a su alrededor, dejar escapar algo de su alma a través de sus ojos lastimados… y nada. Todo se agita, todo se conmueve, la intro de la película nos lleva al cine de horror de los setenta, de zooms y música in crescendo, de miradas desorbitadas ante la pregunta sin respuesta. Y nada.
“Michael Myers es el mal en sí mismo” dice su psiquiatra, quien por años ha intentado también obtener alguna palabra del monstruo, una señal verbal que no le demostrará la humanidad inexistente en “eso” (durante toda la película se refieren a Myers como “eso”), sino algo que lo oriente sobre la sensación de matar, sobre el placer de hacerlo.
Nada. Myers no habla, no explicará nada. Y la película -una historia que nos pide olvidarnos de secuelas y ramales surgidos de la gran narración de John Carpenter en 1978 para hacer de esta su secuela directa- tampoco explicará nada. Enorme acierto con respecto a todos los intentos por replicar el éxito de Carpenter que buscaron explicar los motivos y satisfacciones de Myers, que quisieron encontrarnos el por qué que aquí se calla con inteligencia y que tiene como única explicación “es el mal en sí mismo”.
Esa reapropiación del misterio, de algo casi sobrenatural (sabemos que Myers no morirá tan fácilmente), abre la puerta para que David Gordon Green (al parecer un gran director por encargo), John Carpenter y Jamie Lee Curtis (productores ejecutivos de la cinta), Danny McBride y Jeff Fradley (co guionistas al lado de Gordon Green), jueguen con los elementos del terror que Carpenter ejecutó con inspiración y pulso en 1978 para contar prácticamente la misma historia, con las mismas herramientas, dándose permiso para elaborar auto referencias de regalo para los fans de hueso colorado (el rostro de Jamie Lee Curtis saliendo de las sombras y deseando un “feliz Halloween” a un Myers ahora acomodado bajo la lámpara de una casa que provoca claustrofobia), con ejecuciones a la vieja escuela (desconocidas para las nuevas generaciones acostumbradas a lo aséptico del “terror” contemporáneo, donde nadie muere y si lo hace jamás se muestra como en esta reinvención de un mito), todo engordado a la buena con un par de giros de apreciación.
En primer lugar, la pregunta soltada a bocajarro a la última heredera de la ya famosa Laurie (vista hoy como una mujer fuera de sus cabales debido al trauma provocado por los ataques de Myers aquella noche de Halloween): “¿qué tan relevante es ahora la historia de un asesino en serie, si vivimos en un mundo mucho más violento que hace 40 años?”. Con la narración, con el reenfoque que le da Laurie (a quien literalmente vemos vivir en su propio mundo después de su apocalipsis personal, de ahí lo impactante de su arsenal casero) y con la descripción racionalmente insatisfactoria que se da de Myers (él es el mal caminando entre nosotros), el nuevo Halloween parece querer demostrarnos que hemos banalizado al mal en un mundo lleno de violencia. Con el asesino entre nosotros (ese Myers tropezando con infantes indefensos en plena noche de Halloween), la película pide nuestra atención: si bien el mundo contemporáneo es violento, esa violencia no debe ser parte de nuestro día a día.
Y sin embargo -con el riesgo de entrar a la sobre interpretación- el giro extra es probablemente el más propositivo: ¿qué ocurriría si vemos a ambas películas, la de 1978 y la de 2018, como la historia del acoso masculino hacia el mundo femenino, del machismo posesivo en contra de lo femenino?
Entendidas así, la Laurie de 1978 tiene que superar este apocalipsis personal en el que es vista por el mundo que la rodea como una mujer desquiciada, mentirosa (¿suena conocido?), incoherente, enferma mental y peligrosa: “¿vienen ustedes a entrevistarme para que explique por qué no puedo controlar mi vida, pero buscan comprender racionalmente la psique de un asesino en serie?” le escupe a estos investigadores que también la ven como a una enferma mental.
Al hacerlo, al sobrevivir practicando el método de la defensa y del ataque, esa mujer oprimida por el acosador y disminuida por un mundo que la llama loca y que le pide que “finalmente deje pasar todo y olvide”, se transforma en una persona que conoce al mal del que ha sido víctima y ha decidido combatirlo (y enseñar a otras a hacerlo) transformando la jaula en la que vive en una trampa que, efectivamente, demuestre que la pesadilla que vivió (el mal encarnado en Myers y el acoso del macho obsesionado), es real y tiene que ser derrotado. Una razón más para que Myers no emita una sola palabra en la película: esos actos animales, las ejecuciones que “eso” lleva a cabo para satisfacer sus impulsos, no necesitan justificación en un mundo como el nuestro. La Laurie de 2018 -con el mundo en su contra- nos dice que es tiempo de que eso termine y, sobre todo, que cambie.
Siempre es reconfortante que el terror cuente más que la leyenda de una sombra escondida detrás de la puerta. Halloween 2018 libera a “eso”, al monstruo, para recordarnos que sigue entre nosotros.
CONOCE MÁS. Les dejamos esta crítica de Halloween, de John Carpenter, de parte de Erick Estrada.
Halloween
(EUA, 2018)
Dirige: David Gordon Green
Actúan: Judy Greer, Jamie Lee Curtis, Virginia Gardner, Nick Castle
Guión: Jeff Fradley, David Gordon Green, Danny McBride
Fotografía: Michael Simmonds
Duración: 106 minutos.