El abrazo de la serpiente, crítica. Vean aquí la película.

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El abrazo de la serpiente
La ruptura
Por Andrés Azzolina
Cinegarage

La vida comienza en el río. Su esencia es inasequible porque se mantiene en movimiento y se reinventa infinitamente. El río nace en algún punto pero nunca muere: reencarna. En el mismo acto de fluir la vida comienza y termina constantemente. Ordena y equilibra su propia plaga: las plantas, los animales, y los humanos. El río entiende la armonía con una no-inteligencia perfecta y divina, y una bondad que es a su vez despiadada y cruel. Finalmente, el río llega a destruir la monotonía de la tierra. La penetra con su infinita continuidad y la fragmenta, la divide, le adjudica violentamente una narrativa.

El abrazo de la serpiente es la tercera película del colombiano Ciro Guerra y se construye al rededor de la ruptura. La misma ruptura que le provoca el río a la tierra se la provoca Karamakate, el último chamán de su tribu amazónica, al alma compartida de Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, ambos científicos viajeros que llegan al amazonas en dos momentos distintos del siglo XX buscando la extrañísima planta milagrosa y psicotrópica “yakruna”, tanto para estudiarla como para salvar sus vidas. La película brinca de un lado a otro de la ruptura temporal creada por ambos científicos, cuyas historias corren paralelamente al lado de Karamakate como los dos bordes del río que lleva consigo también la ruptura del sueño y la vigilia, la vida y la muerte, y la sanidad y la locura.

Saliendo de la norma que vuelve éticamente problemática la representación de los pueblos indígenas al cine (sencillamente porque el cine es una máquina ajena a sus culturas y las visiones suelen ser prejuiciosas y románticas), aquí tenemos un tratamiento inteligente. Basta con entender que no se trata de una película que busca dignificar hipócritamente (El violín, Francisco Vargas), sino utilizar la mirada extraña de los amazonas para indagar sobre la propia naturaleza de la percepción occidental. Al final pareciera que busca acercarnos a una cultura que nos es ajena, pero en realidad la utiliza para cuestionarnos como mestizos occidentales.

Ciro Guerra ya había tratado en Los viajes del viento algo similar. Es una película que se aproxima a una comunidad que le es evidentemente ajena, pero que logra extraer de ellos únicamente lo necesario para acercar su relato a un tono de mito universal, muy al estilo, de hecho, de Lucifer (Gust Van Der Berghe). Y de esta forma la película puede llegar a ser honesta en su visión, ya que asume, aunque cueste trabajo percibirlo desde el principio, su mirada extranjera. Pero es muy claro en la fotografía en blanco y negro que pareciera sacada de los viajes de Sebastião Salgado (La sal de la tierra, Wim Wenders), con ese alto contraste y composiciones que podríamos considerar perfectas si seguimos creyendo que la fotografía de Gabriel Figueroa lo sigue siendo. Independientemente, el estilo visual funciona perfectamente para alcanzar el tono mitológico que la película pretende, y del cuál difiere con las dos películas cuya comparación es más obvia: Tabú (Miguel Gomes, 2012), en la cual ese retrato amazónico es más un recuerdo melancólico, y Dead Man (Jim Jarmusch, 1995), en el cual la visión contemporánea empapa demasiado tanto la imagen como a sus personajes.

La película se construye sobre la ruptura, pero también la retrata en sus momentos medulares. Muestra de muchas maneras la extinción, el principio del fin, la semilla de la muerte. Karamakate representa todo esto. Entiende perfectamente que el hombre blanco ha llegado al río para destruirlo, sangra a los árboles para extraer el caucho y convertirlo en muerte. Le tomará toda su vida entender que debe aprender a enseñar la sabiduría del río en un último intento, destinado al fracaso, por detener una muerte inminente. Un claro ejemplo sucede cuando convence a los niños de un pequeño convento secreto, de no escuchar al cura que los cuida y les prohíbe hablar su lengua indígena. Años después volverá para encontrar que el convento está bajo control de un hombre blanco psicópata que en su delirio mesiánico tiene esclavizados a sus fieles, haciendo alusión claramente al personaje de Marlon Brando en Apocalipsis ahora (EUA, 1979).

También bajo la misma idea de ruptura y de aquella mirada extraña sobre los valores occidentales, la película divide a Karamakate de sus viajeros blancos. Plantea una imposibilidad de la comunicación por la configuración cosmogónica de cada cultura, la cual realmente los vuelve incomprensibles el uno con el otro. Sin embargo, en este proceso resulta muy interesante no el cuestionamiento sobre las posesiones materiales, el cuál hemos escuchado hasta el cansancio, sino, por ejemplo aquel que se hace sobre las emociones. Pero más interesante aún es el cuestionamiento que se hace sobre la necesidad del registro. Al principio de la película vemos a Karamakate dibujando el sueño que Theodor tuvo hace cuarenta años, a quién cuestionó por querer llevarse el conocimiento en dibujos y anotaciones. Se genera aquí una reflexión sobre el registro como rasgo de humanidad. Por otro lado, Theodor le toma una foto a Karamakate, y es en este momento cuando explica que todos los hombres tienen un doble que es idéntico a él pero está vacío. La relevancia que pueda tener esta idea para entender la película, y nuestra realidad actual, depende de qué tan lejos la queramos llevar.

Sin embargo, la película hace énfasis en que es la canción de un pueblo la que lo mantiene vivo. Una canción que al no ser registrada debe ser conservada por sus habitantes. Y sin embargo, actualmente el registro ya tampoco es suficiente. En un momento de la historia en el que existe un exceso de registros, la fábula de extinción retratada en El abrazo de la serpiente es totalmente válida para la información digital. No basta con convertir la vida en información, sino que es necesario mantener vivas las canciones que nos vuelven lo que somos (sea lo que sea que eso signifique), ya que el río, aunque no lo veamos, sigue siendo la fuerza que nos equilibra y sus reglas, aunque las queramos ignorar, siguen siendo las reglas de la vida.

O no, pero ese es el discurso de la película.

CONOCE MÁS. Aquí pueden leer la crítica de Erick Estrada a Pájaros de verano y también ver la película.

El abrazo de la serpiente
(Colombia-Venezuela-Argentina, 2015)
Dirige: Ciro Guerra
Actúan: Jan Bijvoet, Brionne Davis, Antonio Bolívar, Luigi Sciamanna
Guión: Ciro Guerra, Jacques Toulemonde Vidal
Fotografía: David Gallego
Duración: 115 min.

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