El lugar donde todo termina, crítica

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El lugar donde todo termina
El círculo de la muerte
Por Erick Estrada
Cinegarage

Si hacemos memoria y alcanzamos los mejores momentos de Blue Valentine (EUA, 2010) -la película anterior de Derek Cianfrance– recordaremos ese amargo color rosa que nos llenaba los oídos con promesas rotas apenas expresadas, un cóctel de emociones en una película visualmente tan difusa y amarrada que resulataba multi sensorial y completamente desconcertante.

El lugar donde todo termina pule su discurso visual y, al contrario de Blue Valentine (en donde lo visual “ensuciaba” esta historia de amor imposible), embellece la narración/descripción de un círculo mortal hundido en un Estados Unidos a medio camino entre lo más oscuro de su profundidad y el folclor casi urbano.

Se trata entonces de una narración en apariencia más convencional, menos desconcertante, con personajes más familiares: un joven motociclista de circo en busca de futuro; una mujer frágilmente enamorada de él; un policía novato y nervioso; un mecánico que aconseja al motociclista una movida que los hará ricos en un par de meses.

Todo pinta para un thriller de esos que conocemos tan bien pero no. De la misma manera que en Blue Valentine, Cianfrance tuerce el camino y narra con la parsimonia que el tema le impone la historia de unos personajes trágicamente unidos en un destino insalvable, en un inevitable regreso a la base cruento y vil, como el espectáculo que ese motociclista ejecuta en el circo: navegando sobre dos ruedas dentro de una esfera, el peligro presente pero invisible.

Y sin embargo el tono no se oscurece. Cianfrance no abusa de ello y deja que sea ese escape imposible lo que comunique el sentimiento trágico de la vida de sus personajes, presas de un país que ignora cada vez más a sus clases bajas, que muy calladamente cobija corrupción policiaca y que, grano a grano, hace que la carga de sus habitantes sea siempre más pesada para mal. Aparecen otra vez las promesas rotas. La ciudad donde todo ocurre está entre pinos y paisajes impresionantes, pero Cianfrance se las ingenia para que todo sepa a prisión, a una jaula de madera y pinos, una frontera de la que ninguno de sus personajes quiere (o sabe) escapar. Los mantiene a raya por dos, cinco, 17 años, que es lo que dura la narración de El lugar donde todo termina.

El final es oportuno en un momento del cine en que todos se embelesan con héroes gigantescos e invencibles. Cianfrance se conforma con un antihéroe que en los círculos de su narración conecta a los personajes necesarios para que calladamente se construya otro personaje, un héroe sin poder, sin armas, casi sin astucia, que decide romper esos círculos y cruzar esa frontera que es el bosque. Al hacerlo sale de un pueblo llamado “El lugar donde todo termina” (que es a la vez un punto en el bosque al que siempre se nos hace volver y donde la vida vale aún menos) y a la vez hace que la verde pesadilla narrada en esta película termine de una vez. El círculo se cierra (o se abre) y Cianfrance se anota holgadamente otra nota aprobatoria.

El lugar donde todo termina
(The Place Beyond the Pines, EUA, 2012)
Dirige: Derek Cianfrance
Actúan: Ryan Gosling, Bradley Cooper, Eva Mendes, Rose Byrne
Guión: Derek Cianfrance, Ben Coccio
Fotografía: Sean Bobbitt
Duración: 140 min.

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