La chica del dragón tatuado
La capa del mal
Por Erick Estrada
Cinegarage
¿Hace cuánto que no comen? Porque David Fincher preparó algo que no es para estómagos sensibles. Recordemos el estupendo thriller que Niels Arden Oplev manufacturó para las pantallas de cine a partir de la novela de Stieg Larssson y traigamos a la memoria la desagradable sensación que nos dejaban los motivos que llevaban a Lisbeth Salander a colaborar con el periodista en desgracia Mikael Blomkvist. Ella, mujer abusada, sometida a golpes y llevada a los límites de la luz, sabía que tenía el poder, la inteligencia y la fortaleza para contrarrestar embates de ese tamaño. La película lo deja claro gracias a la manipulación de la acción y, ahora lo vemos, a una historia que ofrecía más de lo que en esa oportunidad y con un director menos inspirado que David Fincher terminó por entregar.
Si bien en aquella primera versión el thriller se convertía en una tétrica declaración de principios de género, en un grito para a través de la figura de Salander devolver el poder arrebatado a las mujeres, ahora con Fincher, más autor y mucho más atrevido, se transformá además en una reflexión más depresiva y, por qué no, deprimente.
En aquella ocasión, la fuerza de Salander combatía a un mundo malicioso oculto debajo de nieves prístinas y perfectamente acomodadas; era la chica que levantaba la carpeta y econtraba la basura oculta de una sociedad que se empeñaba en evidenciar siempre y únicamente sus virtudes. Muy al estilo del maestro Michael Haneke, Niels Arden Oplev nos dejaba inquietos pensando que en esos países de edificios rematados en oro y catedrales de cuento de hadas, se ocultaba una enfermedad que a veces abusaba de sus propias familias ocultándolas permanentemente en los sótanos y en otras rebajaba a mujeres que se atrevían a levantar la voz.
Fincher toma un riesgo que Oplev no supo detectar. Mencionemos de nuevo a Haneke y cómo acomoda siempre una pátina susurrante en sus aires y sus escenarios, una ligera capa de suciedad que termina por extenderse más allá de las locaciones que nos describe en sus historias. Para Fincher igual que para Haneke, esa maldad, esa bestia disfrazada debajo de la alfombra, es universal y no local como planteó Oplev; solo es cuestión de abrir los ojos un poco más para verla correr a su antojo.
La chica del dragón tatuado de Fincher se hincha entonces con todas las armas de un thriller que si bien hace más compleja la historia, es siempre en bien del tempo y del mensaje final que entrega el cruce de caminos de sus personajes. Fincher aguanta al máximo las historias paralelas de Salander y Blomkvist para fabricar un anti clímax que servirá de rampa al golpeteo inmisericorde a los débiles de estómago en que se transforma su cinta hacia el final.
Si se trata de abrir los ojos, Fincher lo hace con encuadres mucho más atrevidos y, por supuesto, mejor desarrollados: el foco selectivo sobre los oídos de Salander para demostrar que escucha más de lo que demuestra, para leerle el pensamiento; una cámara que vuela sobre las cabezas de los personajes, como una presencia sobrenatural que lo observa todo pero es incapaz de intervenir por nadie; colores enfermizos que transforman en áticos y en sótanos lo que en otros ojos serían praderas dignas de postales navideñas (la escena del sótano debió haber sido un deleite para Fincher, con encuadres tan planeados y aires tan viciados); el dragón tatuado que se presenta aquí en la espalda de una Salander victimizada sexualmente y no en la espalda de la otra, en clímax sexual placentero; ahí donde Oplev apenas dejaba ver a un violador sometido y ajusticiado, Fincher hace brillar a un crucificado-casi-jesucristo, ensangrentado y con la palabra “violador” escrita en el pecho (¿hay un mensaje a los pederastas católicos en ese tétrico encuadre?). Así, separando nuestros párpados, Fincher coloca la capa del mal sobre todo el planeta, sacando a la esperanza de sitio y cerrando la puerta para que no vuelva a entrar.
Ello no es sino un elemento más para un cierre agitado y perfectamente medido (el guión de Steven Zaillian entiende mejor el desarrollo del thriller y la profundidad de los personajes), una conclusión que coloca a Salander como una mujer con huevos (muchos) y a Blomkvist como un instrumento más de la venganza de género.
Y encima, la música de Trent Reznor y Atticus Ross, entretejida con los ambientes de la narración, aspiradoras que se trasnforman en zumbidos que se convierten en susurros, tonos dulces y melódicos que sin aviso coquetean con lo morboso y lo terrorífico. Una violencia distinta pero complementaria, sin enseñar los dientes, y que hace que Reznor y Ross fabriquen antimelodías que cogen en camas sucias con las atmósferas de Fincher.
La suma es una reflexión acerca de la violencia, de la venganza (que también es violencia), de la lucha de sexos y, encima de todo, sobre lo profundamente arraigado de la maldad humana, que se deja escapar a ella misma por rendijas que muchos confundirían con amor. Una violencia que está escrita en libros sagrados y que se ejecuta en escenarios pulcros y casi ascépticos. La chica del dragón tatuado de Fincher es, de nuevo, un gigantesco ejercicio que nos deja ver que la maldad humana no debe ser escandalosa para hacerse escuchar. Siempre encontrará el camino.
La chica del dragón tatuado
(The Girl With The Dragon Tattoo, EUA-Suecia-Reino Unido-Alemania, 2011)
Dirige: David Fincher
Actúan: Rooney Mara, Daniel Craig, Stellan Skarsgärd, Robin Wright
Guión: Steven Zaillian
Fotografía: Jeff Cronenweth